Durante el fin de semana, la Asociación Juvenil "37900 JOVEN", ha hecho entrega de los premios correspondientes al I concurso de relato juvenil de terror. El concurso consistía en enviar un relato, con un máximo de tres hojas, en el que debía versar sobre la temática de terror con motivo de Halloween.
Durante el periodo del concurso se recibieron todos los relatos, alguno desde La Rioja e incluso desde Argentina, en el que, tras una deliberación del jurado, se decidió otorgar el primer premio, consistente en una pieza de embutido, al relato de Raquel Ugarriza, titulado La Voz.
Desde la Asociación agradecen la participación de todos los concursantes y animan a todos los jóvenes del municipio santamartino a que sigan participando e informandose de las actividades que organizan desde esta Asociación. Tambien han aprovechado para anunciar que seguiran trabajando día a día por la juventud de Santa Marta y proximamente informaran de nuevas actividades.
Durante el periodo del concurso se recibieron todos los relatos, alguno desde La Rioja e incluso desde Argentina, en el que, tras una deliberación del jurado, se decidió otorgar el primer premio, consistente en una pieza de embutido, al relato de Raquel Ugarriza, titulado La Voz.
Desde la Asociación agradecen la participación de todos los concursantes y animan a todos los jóvenes del municipio santamartino a que sigan participando e informandose de las actividades que organizan desde esta Asociación. Tambien han aprovechado para anunciar que seguiran trabajando día a día por la juventud de Santa Marta y proximamente informaran de nuevas actividades.
Relato Ganador:
Todo comenzó tras el accidente, o tal
vez fuera algún tiempo después. No lo tengo muy claro, puesto que los recuerdos
se agolpan en mi mente, borrosos, cubiertos de una espesa niebla, semejante a
la que se cernía sobre la carretera esa noche. Estaba demasiado cansado, puede
que hubiera bebido algo más de lo necesario, y cerré los ojos, sin más. Un mes
más tarde desperté en aquel horrible hospital y ya nunca volví a ser el mismo.
Pruebas, operaciones, rehabilitación y, por fin, el alta médica. Regresé a casa,
o más bien debería decir que lo que quedaba de mí volvió a casa. Pasé varios
días en la cama sin comer, sin dormir, sin lavarme, tan sólo con la mirada fija
en el techo, con la mente en blanco, sin ganas de recomponer mi vida… Hasta su
visita. Llegaron sin avisar, una noche cualquiera, y se apostaron a los pies de
mi cama. Al principio solamente conseguí distinguir dos presencias, pero a
medida que iba saliendo de mi asombro, comprendí que se trataba de bastantes
más. Sus murmullos llenaron la habitación, mientras un sudor frío comenzaba a
recorrer mi cuerpo, rígido como una estaca. De mi boca, completamente seca, no
acertaba a salir ni un solo sonido. Lo único que deseé en ese momento fue
desaparecer, evaporarme, salir corriendo de allí, pero el miedo me mantenía
pegado a la cama, como la desidia lo había hecho durante los días anteriores.
No puedo precisar la duración de aquel encuentro, tal vez fueran minutos,
aunque a mí me pareciera una vida entera. El ambiente de la habitación se
volvió denso, pesado, las paredes parecían estrecharse lentamente al tiempo que
sentía cómo la cama me iba engullendo. Empezó a faltarme el aire y cuando creí
que mi fin había llegado, que iba a morir allí mismo, tal y como vinieron se
fueron, así de repente, desaparecieron. Aunque lo correcto sería decir que
simplemente dejé de verlos porque a partir de entonces no volví a sentirme
solo.
Tras esa noche, los acontecimientos se
sucedieron rápidamente. Hasta entonces mi vida parecía permanecer en el modo
“pausa”, pero después de aquello fue como si alguien hubiera pulsado el botón
de máxima velocidad.
Con la llegada de los primeros rayos de
sol, me levanté de la cama con lo que parecía una energía renovada. El cuerpo
ya no me dolía tanto como en los días anteriores y supuse que una buena ducha
me haría ver las cosas de otro color. Y al entrar al cuarto de baño la vi allí
en la bañera, completamente inerte. Juro que jamás había visto antes a aquella
chica, pero estaba en mi bañera, muerta, rodeada de sangre, con las muñecas
abiertas y su mirada clavada en mi pecho. Intenté pensar, buscar algún tipo de
explicación razonable a aquello que tenía delante, cuando oí la voz. “Bien
hecho, muchacho, sabía que podíamos contar contigo”. Y entonces sentí cierta
calma. Por una vez en la vida había hecho algo por alguien y me lo estaba
agradeciendo. Esa voz me dijo que había hecho lo correcto, que no me preocupara
porque todo iba a salir bien.
El resto del día lo pasé cortando,
embolsando y limpiando, a la espera de nuevas órdenes. Éstas no tardaron en
llegar y, aunque no consigo recordarlas, al día siguiente volví a encontrar un
cadáver en la bañera, pero esta vez se trataba de un hombre. Tampoco a él lo
reconocí. Apareció en mi bañera en mitad de la noche, al igual que hicieran
aquellos seres en mi habitación dos días atrás. Y volví a escuchar la misma
voz, aunque ésta no respondía a mis múltiples preguntas, sino que se limitaba a
darme las gracias y a convencerme de todo iba por buen camino. Siete cadáveres
después, soy yo el que trata de convencer al juez de que no fue cosa mía, que
yo sólo soy un mero instrumento a merced de aquella voz. Lo que no puedo
contarle es que ahora me pide el cuerpo de mi abogado y mañana tengo cita con
él, aquí en la celda, él y yo solos… y la voz.
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